Todo ocurrió hace algo más de dos años. Era, recuerdo, una noche calurosa
de verano. Era ya tarde y mi primera mujer me dio las buenas noches. Nunca más
volvería a oír su voz. Cuando desperté a la mañana siguiente, noté un olor muy
extraño en mi habitación. Me incorporé en la cama y al ponerme las zapatillas
la vi allí, tirada en el suelo, boca arriba. Los médicos hicieron todo lo que
estaba en sus manos, pero lamentablemente, no fue suficiente y Eva, que así se
llamaba, falleció.
Dejadme que os explique porqué os he contado este terrible suceso.
Al año de la muerte de mi esposa, yo estaba intentando rehacer mi vida
con otra mujer. Lola era pálida como la nieve, sus ojos azules como el
cielo, algo delgada y con un cabello
largo y negro como el carbón. Siempre vestía con mucho estilo, a la última
moda, y caminaba contorneándose como si fuera una auténtica modelo; Estaba
constantemente de buen humor y tenía preparada a todo momento una sonrisa en la
boca. Todo el que la conocía se paraba a saludarla y a conversar con ella.
Nunca conocí a nadie tan simpática como Lola.
Nos fuimos conociendo durante un tiempo más íntimamente y tras una larga
espera decidimos casarnos. Ese día fue igual o mejor que mi primera boda con mi
primera mujer Eva, que en paz descanse.
Todo iba a pedir de boca, los dos éramos felices y nuestras familias
también (especialmente la mía, ya que Lola no era precisamente una chica sin
recursos y escasa de dinero). En fin, esto era un cuento de hadas, lo que todas
las parejas imaginan románticamente.
Nos fuimos de luna de miel a Grecia. Recuerdo que fue un viaje
inolvidable. Nada más llegar al suelo heleno lo primero que nos encontramos fue
un paisaje seco y rocoso.
Atenas estaba llena de tiendecillas de souvenirs y en
aquella época de primavera plagada de turistas. Paseábamos las tardes por el
barrio de Plaka con la visión de la Acrópolis a lo lejos. Era una estampa que
jamás olvidaré. A Lola también le va a costar olvidar este viaje, ya que a ella,
no os lo había dicho antes, le chifla la historia.
Pero a la vuelta a casa empezaron a pasar cosas muy extrañas. Ya en el
vuelo sucedió que a una de las azafatas perdió el conocimiento, se cayó al
suelo del avión inconsciente y empezó a proferir palabras sin sentido en latín.
No le di más importancia, ya que anécdotas como esta pasan frecuentemente
en todos sitios. De hecho fue la primera situación complicada que viví con Lola
y he de decir que la superé con nota, ya que en aquella situación, digamos
embarazosa, nosotros no nos alarmamos, como hicieron histéricamente el resto de
pasajeros, sino que seguimos besándonos y nos abrazamos sin prestar demasiada
atención a lo que ocurría a nuestro alrededor. Enamorados como estábamos nos
habría dado todo igual. Sería una buena forma de morir, pensé incluso.
Cuando aterrizamos, allí estaban nuestras respectivas familias para
recogernos y preguntarnos por el viaje. Cuando vieron que una ambulancia se
llevaba a una de las azafatas nos preguntaron sobre el suceso. Nosotros se lo
explicamos con la mayor naturalidad del mundo y mi madre comentó entonces algo
preocupada que curiosamente le había sucedido a ella días atrás algo similar.
Todo me recordó entonces a la misteriosa muerte de mi primera mujer. Aunque soy muy supersticioso, comprendí que
se trataba de algo que tenía seguramente alguna explicación o que se debía
probablemente a una simple coincidencia y nada más.
A la noche siguiente, a Lola le empezaron a dar unos espasmos que no eran
nada normales, así que decidimos ir a urgencias a ver que nos decían los
médicos del hospital.
El médico que la atendió le hizo rápidamente una radiografía y un
electrocardiograma y todo le salió normal, así que nos dijo que le mandarían
una carta con la hora y el día que tenían que volver para realizarle más
pruebas.
Lola empezó por aquel entonces a preguntarse si había sido una buena idea
casarse conmigo. Asociaba las desgracias pasadas y los extraños sucesos a algún
tipo de gafe mío. Yo intenté tranquilizarle, quitarle importancia al asunto,
pero reconozco que también me puse algo nervioso y empecé a preguntarme a su
vez si tal vez Eva se había casado conmigo por lástima. Y fue así como de
divinizada que la tenía en mi visión platónica, con el paso del tiempo, la fui
aborreciendo poco a poco. Sus ronquidos nocturnos y sus ventosidades exageradas
me sacaban de quicio. Sudaba y producía
un hedor insoportable. Cualquiera diría que estaba endemoniada.
Se lo comenté entonces algo avergonzado a mi madre; pero para aquel
entonces ella ya no podía ayudarme. No supe bien qué ocurrió tras nuestro
viaje. La cuestión es que un día apareció tendida en la cocina sin vida. Había
abierto el gas y cerrado todas las ventanas para morir asfixiada. Cuando yo
abrí la puerta - fueron los vecinos los que me alertaron al no verla durante
días-, la visión que encontré fue horrible. Los fantasmas del pasado volvían.
Le di la noticia a mi amada Lola y ella se empezó a preguntar en voz baja
(aunque yo le escuché) “¿con qué tipo de persona me he casado?, ¿qué he hecho
mal en la vida para hacer estas elecciones tan desastrosas?, ¿en qué estaba
pensando cuando dije que sí que me quería casar con este hombre tan
insensible?” Imagino que ella atribuía la muerte de mi madre a la depresión que
le había causado sentirme tan ausente todo este tiempo. Yo, a su vez, empecé a
pensar que el destino me estaba jugando una mala pasada. Pero tal vez la
ciencia podía poner remedio, así que le contratar los servicios de un
psicólogo, o un experto mediador que solucionara nuestra crisis matrimonial.
También le recomendé visitara al endocrino. Ella reaccionó mal. Aún me duele el
golpe que me dio con la sartén. Según
ella la estaba llamando indirectamente loca, gorda y asquerosa.
Ya no soportaba más esta situación. Pero como tampoco sabía bien a dónde
acudir, - por aquellos días mi amigo más íntimo, Juan, con quien compartía
problemas domésticos y laborales, casualmente se había muerto en un accidente
de montaña, despeñándose desde lo alto de una roca donde practicaba ráfting-
decidí apechugar y darle otra oportunidad a
lo nuestro.
Un buen día, después de desayunar en la terraza, la tomé por el brazo, la
senté enfrente de mi hamaca y le dije muy serio: “Lola, siéntate, tenemos que
hablar”. Ella me miró con indiferencia, tras lo que añadió un seco: “vale” y un
terrible mal olor de su boca llegó a mis narices. Contuve la respiración, y
aguantando un vómito, acerté a decirle:
“Cariño, supongo que sabes porqué no he
ido hoy al trabajo, ¿no?.”
-Pues…l a verdad es que no lo sé, contestó.
- Quiero que sepas que he dejado apartado todos los nefastos episodios
que nos han ocurrido últimamente y estoy dispuesto a empezar de nuevo.
- No hay nada que hablar; tú crees que estoy endemoniada o algo semejante y
a mí no me gusta que me traten así.
- Eso es lo que te quiero decir, que quiero hacer borrón y cuenta nueva, y
dejar atrás todas las malas experiencias y malos rollos que hemos tenido desde
que volvimos de Atenas.
- Ya, ya, no sé si es demasiado tarde... pero parece mentira que en los
tiempos en los que estamos haya gente que siga creyendo en cosas como el
destino y los espíritus.. porque yo ni estoy enferma ni estoy poseída, ¿sabes?
- Que sí, cari, entonces… ¿todo arreglado?
- Dejémoslo en un sí.
Así acabó mi charla con Lola aquella mañana. Yo regresé al trabajo
mientras ella acababa de pasarse la cera. Desde aquel día, milagrosamente, Eva
volvió a ser la chica de antes, la simpática, alegre, siempre sonriente que yo
había conocido años atrás en el entierro de mi primera mujer. Eso sí, dejando el
tema de la edad a parte, ya que se podría decir que le castigó bastante.
Todo transcurría con normalidad. Hasta que un día sucedió algo
sorprendente de nuevo. Al volver de
hacer la compra, entré en el salón y vi a Lola sobre la mesa, con los ojos
blancos, girando sobre su órbita. Grité y fui a su lado. Estaba helada como el
mármol y sacaba espuma por la boca. Fue entonces cuando pronunció aquellas
desconcertantes palabras:
“Et uxor tua, quondam velit.”
Efectivamente, era la misma frase que había oído en aquel
avión a la vuelta de nuestra fatídica luna de miel en el país heleno.
Yo empecé a temblar. Con el miedo que tenía lo primero que se me pasó por
la cabeza fue coger la escopeta de cazar del trastero y pegarle un tiro, así,
sin más.
Antes de disparar ella tuvo fuerzas suficientes para arañar sobre la
madera de la mesa lo siguiente:
“Αργά η σύζυγός σας θέλει”
No alcancé a leerlo, pues el miedo se apoderó de mí y decidí sin más
miramientos apretar el gatillo y acabar de una vez por todas con esta
maldición.
Ahora estoy aquí, escribiendo en mi celda antes de cumplir la condena que
me puso el juez. El abogado de oficio que me defendió, que por cierto murió a
los pocos días del juicio ahogado por la espina de un lenguado en un
restaurante, no consiguió que me rebajaran la pena de muerte.
Ahora que he tenido tiempo aquí en la cárcel de investigar un poco más
tanto la frase que me dijo Lola como la que después me escribió, y he llegado a
la conclusión de lo siguiente:
“Αργά η σύζυγός σας θέλει” y “Et uxor tua, quondam velit” siginifican lo
mismo en español, que es :
“TU DIFUNTA ESPOSA TE QUIERE”
Así que se podría decir que si hubiera estudiado las lenguas clásicas y
les hubiese dado la importancia que merecían, lo más seguro podría haber
salvado algunas vidas, entre ellas, la mía y la de Lola.
El policía ha entrado por la puerta, por lo tanto, es la hora de mi
adiós, así que solo tengo que decir una cosa:
-“LAS LENGUAS ANTIGUAS Y LA HISTORIA SON IGUAL DE IMPORTANTES COMO LAS
CIENCIAS Y LAS TECNOLOGÍAS”
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