La tolerancia hacia la prostitución era notable, ya que aunque las leyes reprobaban muy severamente las relaciones fuera del matrimonio con una mujer libre, no ocurría lo mismo cuando el marido recurría a los servicios de una hetera o introducía en el hogar conyugal una concubina. Al ser casi inexistentes los matrimonios por amor, ya que solían ser de hecho un contrato entre dos familias, los hombres buscaban los placeres sexuales fuera de casa.
Estas eran las principales clases de prostitución:
- Las esclavas (pornai) que eran propiedad de un proxeneta, el propietario podía ser un ciudadano o un meteco, para el que ese negocio constituía una fuente de ingresos como cualquier otra y por el que tenía que pagar un impuesto proporcional a los beneficios que le generaba.
- Las prostitutas independientes trabajaban directamente en la calle, mostrándose a los clientes potenciales con diferentes trucos publicitarios, como el maquilaje o la ropa. Estas prostitutas son de orígenes diversos: mujeres metecas que no encuentran otro empleo en la ciudad de llegada, viudas pobres, antiguas pornai que han logrado independizarse...
Se puede, también, incluir en esta categoría a las músicos y bailarinas que ofician en los banquetes masculinos.
- Las heteras constituyen la categoría más alta entre las prostitutas. A diferencia de las otras, no se contentan con ofrecer sólo servicios sexuales y sus prestaciones no son puntuales, poseen una educación esmerada y son capaces de tomar parte en las conversaciones entre gentes cultivadas. Únicas entre todas las mujeres de Grecia, espartiatas aparte, son independientes y pueden administrar sus bienes.
Un ejemplo eminente fue Aspasia, amante de Pericles, y una de las mujeres más célebres del siglo V a. C. Originaria de Mileto y, por tanto, reducida al estatuto de meteco. Al parecer, en los círculos sociales de la antigua Atenas, Aspasia se hacía notar por su capacidad en retórica y por su brillante conversación, y no tanto como mero objeto de belleza física. Según Plutarco, su casa se convirtió en un centro intelectual de Atenas, y atrajo a los más prominentes escritores y pensadores, entre los que se incluía al filósofo Sócrates. El biógrafo escribe que, a pesar de su vida inmoral, los hombres atenienses se acercaban acompañados de sus mujeres para que la oyesen conversar. Según Plutarco (Vida de Pericles, XXIV, 2), «domina a los hombres políticos más eminentes e inspira a los filósofos un interés nada despreciable».
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