dimarts, 28 de febrer del 2012

Héctor en el arte y monólogo interior de Héctor.


Historia de Héctor.

Era otra batalla en esta guerra, pero esta era diferente, pues el gran Aquiles había decidido salir al campo de batalla. Se movía ligero, como si la armadura no pesara, vino corriendo hacia mi, dispuesto a acabar conmigo: a nuestro alrededor los soldados de los dos bandos se abrieron formando un círculo para dejar que los batiéramos en duelo; podía ver su cara entre el casco, tenía cara de odio hacia mi, yo quería terminar con su vida. Terminar con su vida supondría dar un gran golpe para el bando griego.

Estábamos uno frente al otro, nuestras espadas chocaban y salían chispas, el resto el ejército animaba cada uno a su guerrero. De repente, los griegos se dieron cuenta de algo y empezaron a suplicarnos a gritos que termináramos aquel combate, pero yo suspuse que era una estratagema para que bajara la guardia. Fue en aquel momento cuando el gran Aquiles bajó la guardia y mi espada fue directa a su cuello, de del cual salió la sangre disparada. Una vez en el suelo le quité el casco para que aquel valeroso guerrero viera la cara del hombre que lo mató. Mi sorpresa fue que al quitarle el casco vi a un niño, no debía tener más de quince año. No podía ser, era un niño, un niño que se movía con la misma facilidad que Aquiles, un niño que iba a cambiar el desarrollo de la guerra, un niño que solo quería convertirse en un gran guerrero y al que yo le había arrebatado la vida.

En rey de Ítaca, Ulises se me acercó y me dijo:

-Era su primo.- en ese momento no habían enemigos, todos sabíamos que nada iba a ser igual.

-Hoy ha teminado la batalla, recojed a vuestros muertos.- cuando pronuncié esa frase, me di cuenta que pronto sería yo uno de esos muertos.

Agrupé a mi ejército y nos dirijimos hacia las puertas de Troya, donde sin hablar con nadie y todo lo rápido que pude me dirigí al palacio a ver a mi mujer y a mi hijo, pues sabía que sería una de las últimas veces que iba a verlos. Cuando llegué, mi mujer Andrómaca, estaba sentada en la cama con mi hijo Astianacte en brazos, la abracé, con todas mis fuerzas, esos abrazos que pueden llegar a doler:

- Héctor ¿qué te ocurre?- dijo ella asustada.

- He matado un niño, Andrómaca, no era más que un niño- Dije mientras miraba sus ojos llorosos.-Hoy en la batalla ha venido un guerrero, era Aquiles, te juro que era Aquiles, vino hacia mi y lo maté.

- Héctor, hiciste lo que cualquiera hubiera hecho en tu situación.- Ella no paraba de quitarle importancia, pero no sabía que era exactamente lo que habia ocurrido.

- No era Aquiles, era su primo, era un niño, un niño que llevaba su armadura y que luchaba igual que él, yo no lo sabía, me di cuenta una vez lo había matado, merezco la muerte, le he arrebatado la vida a un niño. Aquiles vendrá mañana a por mi, a matarme. No merezco otra cosa, me enfrentaré a él, es lo mínimo que puedo hacer, no merezco más que eso.

- Héctor, no digas eso, piensa en tu hijo, necesita un padre, no vayas mañana por favor, si no piensas en nosotros piensa al menos en Troya, ¿qué será de Troya si no estás tú? ¿Quién la defendrá? ¿Paris, que no ha sabido librar su propia guerra? ¿O tu padre, que a penas puede mantenerse en pie?- Sabía que Adrómaca tenía razón, mi hijo necesitaba un padre y Troya no podría sobrevivir sin un ejército, pero también sabia que tenía que asumir las consecuencias de mis actos.

- Andrómaca, debo ir y no puedes impedírmelo, pero antes, sígueme, voy a enseñarte algo.

Llevé a Adrómaca al sótano del palacio, luego empezamos a caminar por las pasadizos hasta que llegamos a una pequeña puerta oculta entre la vegetación sombría que haba crecido con el paso de los años en aquel sitio.

-Cuando los griegos invadan Troya, trae aquí a toda la gente que puedas y escapad, no tiene perdida, sólo limitaos a seguir el pasadizo hasta llegar a su salida, sale a la playa, una vez allí ya no córrereis peligro.

-No puedo hacerlo, Héctor, no soy capaz de hacerlo.- estaba asustada, no le salían las palabras y cada vez que me miraba a los ojos empezaba a llorar.

-Hazlo por nuestro hijo, si no escapais os mataran o os harán esclavos y para ti eso sería peor que la muerte.

Salimos del sótano ya de noche y volvimos a nuestro dormitorio, Andrómaca, no podía dejar de llorar, y entre ese llanto terminó por dormirse. Mi hijo también dormía, le acaricié su cabeza deseando que él no tuviera que pasar por todo lo que yo había pasado, quería que tuviera una vida llena de paz, y si para tenerla debía renunciar a todos los lujos de ser principe de Troya, desaba que fuera así, lo que más quería en el mundo era que Andrómaca y él pudieran escapar de Troya cuando esta fuera atacada.

Aquella noche no pude dormir, no quería dormir, no iba a desperdiciar mi último día de vida durmiento, así que en medio de la noche, bajé a las cuadras, me monté en un caballo y fui a correr con el caballo por una de las playas más escondidas de la playa de Troya. Sentía el viento de la noche en mi cara, me sentía libre, era una de las mejores sensaciones que podía tener un hombre antes de su muerte. Después de unas cuantas horas cabalgando por la playa, cuando empezó a amanecer, volví al palacio. Todos dormían, creo que nadie se dio cuenta de mi salida nocturna.

Me puse enfrente de mi armadura, estaba colgada en la pared, empecé a ponérmela, todo lo despacio y cuidadosamente que pude; por una parte sabía que era inútil, que prácticamente no me hacía falta usar armadura, porque sabía que iba a morir, pero por otra, dentro de mi había algo de esperanza en donde podía imaginarme dentro de muchos años envejecido, habiendo visto crecer a mi hijo y siendo rey de Troya.

Amaneció del todo, y Adrómaca despertó, ahora ya no lloraba, no le quedaban más lágrimas, se limitaba a contemplarme en silencio. Algo interrumpió aquel silencio:

-¡Héctor!- me asomé a la ventana, desde donde se veía la llanura de Troya y allí estaba Aquiles, con su imponenete porte. No le podía ver la cara, pero con su voz demostraba odio y rabia.

-Andrómaca, debo irme- le dije mientras me acercaba a ella, que a su vez tenía en sus brazos a nuestro hijo.

Me acerqué a ella y la abracé fuertemente, era la última vez que iba a verla y quería acordarme de aquel momento en el otro mundo, le miré a los ojos, que los tenía llorosos y le dije lo mucho que la quería, le recordé cuando nos conocimos en Tebas, y ella estaba sola al haber perdido a su padre y a su hermano, así fue como no enamoramos, y no quería que nunca lo olviara además le pedí que por favor no olvidara el camino que le indiqué la noche anterior. En cuanto a mi hijo, le di un beso en la frente, él se rio, no tenía ni idea de lo que iba a pasar, bendita inocencia. Hizo que en aquel delicado momento su madre y yo mostráramos una pequeña sonrisa. Sabía que desde el Inframundo iba a estar orgulloso de él en el futuro.

-Andrómaca, nunca olvides que nos volveremos a ver.- le dije mientras salía por la puerta.

Bajé a las puertas Esceas y los soldados me ayudaron a abrir aquellos enormes pórticos que protegían la ciudad de Troya, salí de las murallas y miré por última vez hacia arriba de las torres de la gran muralla , donde estaba toda mi familia mirando con cara de impotencia al ver que no podían hacer nada por mi.

Allí estaba él, Aquiles, mirándome con la expresión de odio, preparado para luchar.

-Voy a quitarme el casco para que sepas con quién luchas.- me dijo con tono desafiante.

-Comprendo tu odio, pero podría haberme quedado dentro de las murallas, en cambio, he bajado a combatir contigo para pagar las consecuencias de mis actos.

-No pretendas darme pena, príncipe Héctor, no la mereces.- esto fue lo último que me dijo antes de abalanzarse contra mi.

Se abalanzó contra mi con rabia y empezamos a luchar primero con las lanzas. Se movía ligero y era casi imposible adivinar cuales iban a ser sus próximos movimientos. Estuvo a punto de alcanzarme en numerosas ocasiones, pero mi escudo me protegió. Luego sacamos las espadas, tenía una facilidad innata, hacía parecer que las espada no pesara nada. El sol era abrasador y empezó a cegarme y empecé a marearme, pero no podía rendirme, de repente dejé de sentir calor para sentir frío, me acaricié mi barriga y estaba húmeda y llena de sangre, me había alcanzado y ya nada podia hacer, solo esperar que fuera rápido. Caí en la arena contemplando el rostro de Aquiles mirándome satisfecho desde arriba, no podía sentir odio hacia él, ya que era lo justo, después cerré los ojos y pude contemplar la última sonrisa que me dedicó mi hijo el último momento que compartí con él.